«Cuentos de Frontera», de Juana Guaraglia


Cuentos de frontera

Juana Guaraglia



Cuentos de frontera
En Cuentos de Frontera me regodeé con los personajes y las historias de unos desdibujados límites entre Uruguay y Brasil, y ¨para el que le quiera entrar", salté esa otra frontera involuntaria que hay entre la salud y la enfermedad, que se cruza más a menudo después de haber pasado la frontera también involuntaria de la vejez y con mayor frecuencia si por falta de voluntad de algunos estás del otro lado de la frontera de tus genuinas posibilidades, en el mismísimo getto de la pobreza.
Límites, fronteras, los esquemas básicos para la manipulación.
Lo bueno es que cada día tendremos la oportunidad de cruzar las fronteras de nuestros prejuicios, confrontando nuestra ideología con nuestro egocentrismo, y la opción de ver o no ver las razones desnudas de este mundo.

Juana Guaraglia

*    *    *    *

La muñeca rota



La vieja ya había caminado más de dos kilómetros cuando encontró la primera cosa digna de ser levantada del borde de la ruta.

Una argolla de cortina, pulida por la lluvia.
Ahuecó el delantal y la tiró dentro. Y es que cuando se busca en la intemperie, lo que se encuentra son cosas que generalmente se redimen por su símbolo o por el entusiasmo de conseguir una parte de un todo nunca posible.
Una argolla es la pequeña parte de una cortina que impedirá que el sol nos desvele, que dará intimidad a un cuarto o esconderá los bártulos de la cocina.
Pero quien sabe si la vieja pensó en eso o si se contentó con la argolla y punto.
Ya habían transcurrido veinte minutos de chueca caminata y pensamientos desbordados por los resabios del alcohol, cuando un ford enclenque paró al lado.

-¿La llevo, doña? 

-¡Boludo de mierda! ¿Qué voce acha? Que sou invalida? ¡Vai ti dar pur cu! 

El auto se pierde en el horizonte quieto. La vieja no lo registra. Presta atención a los fantasmas que la charlan en medias lenguas y la llevan por corredores pestilentes o magníficos.

La mirada atenta, fijando las pupilas en puntos imaginarios que le provocan rechazo o risa.
El olor agridulce de los butiá se libera en la brisa de mayo. Palmeras azuzadas por un viento de mar que viene rodando desde kilómetros.
A mitad de camino, una silueta brilla entre los yuyos. Una rosada anatomía, pequeña y lisa.
Nuevamente se inclina, la toma entre los dedos mochos y la sacude frente al delantal.
El pelo alborotado de la muñeca con abrojos secos.
Mientras camina piensa en Maia, su nieta chica, y saca uno por uno los abrojos con cuidado. Se pincha, putea, se lame los dedos, vuelve a tironear las mechas hasta dejarlas limpias.
Ahora sí. La muñeca está lista para compartir su barriga de canguro con la mandarina medio podrida, la argolla, la lata de gaseosa y la pequeña rueda.
Entra en el poblado ya cansada. Renueva el paso para llegar antes que el sol traspase sus motas blancas y le cocine los sesos.
Ahora camina entre ranchos con tendederos y perros. Conversa con cada animal en el idioma de los locos.
Un ganso la cruza, la deja pasar y luego la sigue un trecho hasta que la vieja da vuelta la esquina.
Cuando encara la cuesta final tropieza con una víbora. La voltea con la chancleta. La panza blanca conserva el brillo a pesar de la muerte.
Se agacha, la levanta de la cola: Olor a lluvia –piensa–. La lluvia limpia todo –se dice, y la suma a su colección de cosas inútiles.
Otro poco y ya estará tomándose una caña en el almacén de Walter.
Cuando llega, los parroquianos achispados por el alcohol la reciben con deferencia

-De nuevo la doña por el pago –dice uno y la risa ilumina el agujero troquelado de dientes amarillos.

-¿Buena pesca? –pregunta el dueño del almacén con su ojo bizco y la voz finita de un eunuco, mientras tira la moneda dentro de la caja y se dispone a servirle el licor.
-Alguna cosa –contesta la vieja.
Arde la caña en el garguero. Nubla la vista. Vuelve la sangre a los tobillos.
 -Ahora sí. Me voy pa’ lo de mi hijo. Ustedes  se quedan ahí, sin hembra que les sobe el lomo, ¡Viejos maricas!

Y se va, alegre de ofender, sin escuchar las réplicas de los parroquianos.


Por la senda se llega a la casa del hijo y de la Nair. Está linda la senda. Sequita. Donde está el pozo pusieron una madera para pasar. Ese fue el hijo. Ahora se le jodió, con la bebida y los otros mierdas. Era mansito. Ni palos le daba. Que se le va a hacer.

La Nair es otra cosa. No la quiere. Que le importa. La tiene que aguantar y que se aguante. Una es la suegra y ya se va a hacer vieja. Ya la van a cornear como a una vaca vieja. Se ríe y se le achinan los ojos.
-A vaca velha de Nair 

Y en esas anda cuando ve la casita de puertas abiertas y jardín cuidado.

En la casa de Nair el agua hierve y la Nair la vuelca en una palangana y a uno por vez se lavan las partes. El gurí canta mientras el agua caliente le entibia las patas.

-Cheguei –dice la vieja y quien sabe si espera alguna bienvenida.


La Nair apronta el mate sin dejar el trajín y sin mirarla.

La niña viene de la pieza. No durmió bien. Como todas las noches la desveló el ruido del mar y se quedó en vigilia custodiando que una ola gigante no se llevara la casa.
Ahora está parada al lado de la cortina que separa la pieza, mirando a su abuela que está algo loca. Con precaución. Coteja que se ríe y aunque sabe que eso no significa ninguna tranquilidad, avanza y le da un beso.
La vieja, contenta, corre los bártulos de la mesa y echa encima los tesoros de su delantal.

-Pa ti –dice mientras le da la muñeca rota.

-Gracias -dice la nieta que aprendió a no esperar nada del otro mundo y menos de éste

Su hermano mira curioso las porquerías sobre la mesa y elige la víbora. La levanta fascinado de asco y se la lleva para afuera.


-Fue hermosa –piensa la niña mientras sostiene en sus manos morenas como un chocolate  sin mordida la muñeca despeinada, desnuda y sin un brazo.

-Los ojos me gustan –sigue pensando.

Son de un herético celeste que la sumergen en la comparación. Los de ella son oscuros como el desencanto o la tristeza.


-Voy a vestirla –se dice.


Busca una tijera en el cajón del mueble, pide a la madre un sobrante de tela y comienza  a recortar la tafeta marrón.


-Así es que está la vida –dice la doña– hecha mierda, igual que calzón de viejo.

-Sientesé –dice la Nair para no escuchar más improperios.
-Me duelen las patas .
-Es claro, si se hizo veinte kilómetros, ¿qué quiere? 
-Con un mate estoy hecha.
-Tenga –le alcanza la Nair un mate humeante- ¿Anda buscando al hijo? 
-Pa qué, si no es bueno ni como hijo ni como nada. ¡Que se amuele el hijo y que se amuele Iván! 
-Iván ya se murió –dice la Nair– cayó seco en el carnaval .
-Era bonito el Iván –recuerda la vieja.
-¿Cuándo? 
-Cuando le andaba atrás a la Rocío.
-¿La que se casó en Porto Alegre? 
-La otra. La que era más puta que una gallina. La que se casó en Porto Alegre, se descasó después de parir y está de vuelta. El chico le salió jorobadito... ¿qué culpa? 
-¿Cuándo la vio? 
-Me contaron. 
-Usted anda levantando sujera por ahí y se le confunde la cabeza. 
-Si no te gusta no escuchés. 
-Tomesé otro mate y cállese.
-No te  me pongas brava que no tengo la culpa del hijo. Será que no lo atendés bien. 
-Callesé vieja. Tomesé otro mate o váyase. Me da igual. 
-Dame otro mate. 

La mañana transcurre en paz, sin novedades del frente.

El hijo en los campos del patrón. Ahora el descansito. La caña, algún poco de feijao y vuelta al trabajo.
La caña justa para ir tirando. Amarrete el patrón. Pero más tarde, a la nochecita, la botella enterita pa la casa y mañana ni viene. Se duerme todita la mañana, que hace frío y no dan ganas de andar amasijando el árbol.

-¿Otro mate? –dice la Nair.

-Pero más calentito. Me dejó frías las tripas.
-¡Tener que aguantar! – dice la Nair. 

Y ni madre tiene para comparar. Pero de seguro no era una borracha boca sucia. Eso de seguro no era, porque a ella ni le gusta que se hable así porque sí. Ella putea pero con razón. Cuando el hombre llega sudando alcohol y se la quiere echar. Cuando se hacen las diez y el cuarto hiede, y sigue echado sin desvestirse, y hay que airear la casa, venir cargando los baldes de la cachimba de Walter y salir a la costa, que ahora está frío, y desenterrar los berberechos y volver con los baldes y amasar las empanadas y el relleno y el tipo sigue ahí, tirado. 

Ahora se le dio por tomar a la mañana.
-Eso no lo va a aguantar – se dice . 
Hoy mismo lo manda para afuera. Sin insultos, porque ella no viene de un pozo. Al cuartito de atrás. No va a quitarle un lugar con catre. Ni eso, ni el pan. Que a pesar es el padre de los hijos. Pero que ni parece. Que seguro los hijos son más de la sangre de ella que no se echa cuando hay trabajo y no se envicia como una perdida.
-Afuera. Y si algún día se le pasa, vamos a ver..., pero ni cree que haya vuelta. Lo dice para no pensar en lo peor. Que se vuelva loco y empiece a ver bichos como la vieja.
-Bueno. Ya está. Ahora se me va que tengo trabajo. 
-Para vos es fácil que no viniste caminando. 
.Deje de decir macanas  y agarre unas monedas para el ómnibus. 
-No voy a ser yo quien te saque el pan...
-¡Ya vino!¡Ya trajo sus porquerías! ¡Ya vio a sus nietos y se tomó una caldera de mate! ¡Ahora se me va, que no tengo tiempo para pelear!
A la nieta con voz infantil y dulce: -¿Te gustó la muñeca que te trajo la abuela? 
-Y...sí. Parece enferma así, sin un brazo.
-Trabajaba en un palacio y se lo cortaron por robar y ya está – dice la vieja.
La niña piensa un instante y dice:
-A lo mejor era una princesa. 
-¡A una princesa no le cortan el brazo, estúpida! – dice el hermano.
-Vos estás celoso porque no te trajeron nada.
-¡¿Celoso?! De una muñeca rota?! No me hagás reír!. ¡Tiene una muñeca rota y sucia y la llama «princesa»! -grita burlándola el muchacho.
-¡Bueno, basta! -interviene la madre- ¡¿ Ve lo que pasa cuando viene?! ¡Solo trae pelea y porquería!
La vieja, sin darse por aludida dice con voz cantarina:
-Bueno...me voy...ya los ví...están altos como el tío Jacinto. A la vuelta les traigo el brazo a vos y algo para aquel que ni me dio un beso pero no importa. Si se porta bien lo llevo conmigo por el camino. 
-Váyase de una vez y no les ponga ideas locas. 
-Bueno... la abuela se va. Vení, me da un beijinho.
La nena la mira no muy convencida. En la última despedida la pinchó con los bigotes y la baboseó entera. Se acerca rapidito, le da un beso en el aire y sale corriendo para el cuarto. El nieto ya no está. Ya se escondió.
-Y vos Nair, seguí con esa lingua dura de vaca velha. 
-¡¡¿Qué dice?!! 
-Que los mates estaban ricos. Faltó la torta frita. 
Desde la ventana del cuarto la niña la ve irse por la senda, espantando quién sabe que ánimas. Vuelve al living.
-¿Y mamá...? ¿Quedó bien...? -le tiende la muñeca, ahora peinada, con un ponchito casi hasta las rodillas.
-Muy bonita. Le podes poner tu broche rosado.
¿En serio? –dice la niña y sale animada a buscarlo.
Nair suspira, recoge las porquerías de la mesa y las hecha en el balde de la basura.

Afuera, por la senda, la vieja va hablando sola.

-Mañana llueve... comemo torta frita... con guiso de sirí, con el Iván..., con la Rocío y el jorobadito de la Rocío...y la vaca velha de Nair. Y unas monedas pa la caña de Walter. ¡Qué lo parió, se amueló Iván!? Y era lindo el Iván!...¡alto y gordito!...

Un sol flaco seca los pozos, las fachadas desparejas, los lomos de los cuzcos.

El sol que está en el cielo y no nos deja caer en la tentación de caer, y no nos deja caer, y no nos deja.


*    *    *    *    *    *    *    *    *    *    *    *    *    *    *

Juana Guaraglia

Juana Guaraglia

 Escritora y artista plástica. Nació en diciembre de 1961. Hija de María Meleck Vivanco, poeta surrealista y kinesióloga, y de Luis Guaraglia, coplero aficionado y exitoso rematador de mediados de siglo pasado, su infancia transitó entre artistas, revolucionarios y enfermos.
En una casa donde se practicaba el socialismo y donde se conjugaba la bohemia con la vida práctica, frecuentada por íconos de la época, y en una atmósfera de solidaridad y anarquía, se inició como poeta, leyendo sus creaciones a personalidades como Olga Orozco o Francisco Madariaga. Editó «Puerto de aves vanas» a los 13 años de edad, que fue fantásticamente acogido por la crítica (en buena parte por la precocidad de la artista), desarrollándo luego un severo sentimiento de auto exigencia que la llevó a abstenerse de volver a intentarlo.
Esperan en el banquillo de los inéditos dos novelas, guiones, canciones populares y monólogos de humor.
Desde el 2012 se encuentra desarrollando la técnica del mosaico.
ir a la página de Juana Guaraglia

No hay comentarios:

Publicar un comentario