Álvaro de Campos. Biograía y poemas

Álvaro de Campos







Nace en Tavira el 15 de octubre de 1890. Fue ingeniero naval en Glasgow. De joven emprende un viaje a Oriente del que vuelve desilusionado y habiendo escrito Opiario. Al conocer a su maestro Caeiro, se queda a vivir, en inactividad, en Lisboa.
Físicamente era alto y flaco, de tez entre blanca y morena, tenía el aspecto del judío-portugués,  usaba el cabello liso al costado y monóculo.
Dicho heterónimo es homosexual y es el único que tendrá una evolución en su escritura. De la estética decadentista y simbolista de los comienzos, se acercará a la estética del futurismo, definiéndose como «sensacionista».  El sensacionismo afirma que la sensación es la única realidad: «El poeta superior dice lo que efectivamente siente. El poeta medio dice lo que decide sentir. El poeta inferior dice lo que cree sentir. Nada de esto tiene que ver con la sinceridad. En primer lugar, nadie sabe lo que verdaderamente siente [...]
Cuando un poeta inferior siente, siente por cuaderno de encargos. Puede ser sincero en la emoción: ¿qué importa si no lo es en la poesía? Hay poetas que arremeten hacia el verso con lo que sienten; nunca verifican que no lo sintieron. Llora Camôes la pérdida de su alma gentil y, al final, quien llora es Petrarca. Si Camaôes hubiese tenido una emoción sinceramente suya, habría encontrado una forma nueva, palabras nuevas: todo menos el soneto y el verso de diez sílabas...»

http://edicioneslamariposaylaiguana.blogspot.com.ar/2015/10/fernando-pessoa-textos-sobre-la-genesis.html

Tabaquería


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe de quién es
(Y si supieran de quién es, ¿qué sabrían?),
dan al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y pelos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviera a punto de morir,
y no tuviera más hermandad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la hilera de vagones de un tren y el silbato de una partida
dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos en la ida.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y creyó y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno, tal vez todo fuera nada.
La enseñanza que me dieron,
la tiré por la ventana de los fondos de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero sólo encontré pastos y árboles,
y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué habré de pensar?

¿Qué se yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso tanta cosa!
¡Hay tantos que piensan en ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueño genios como yo,
y la historia no anotará, ¿quién sabe?, ni uno,
no habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos de remate con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
hay en este momento genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán quien escuche?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más cosas que las realizadas por Napoleón.
He apretado en el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he creado filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre sólo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de
una pared sin puerta,
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que derrame la Naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me encuentra el pelo,
y el resto que venga si viene, o tenga que venir, o no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
pero despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolates, pequeña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso y, al tirar el papel de plata, que es de hoja de estaño,
tiro todo por el suelo, como he tirado la vida.)

Pero al menos resta de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido al Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el gesto largo con el que tiro
la ropa sucia que soy, en rol, para el transcurso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,
o cocot célebre del tiempo de nuestros padres,
o no sé qué moderno —no concibo bien qué—
todo eso, sea lo que fuere que seas, si puede inspirar, ¡que inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo los paseos, veo los autos que pasan,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al exilio,
y todo esto es extranjero, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo que no envidie solo por no ser yo.
Miro a cada uno de los andrajos y las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca vivieras ni estudiaras ni amaras ni creyeras
(porque es posible hacer realmente todo eso sin hacer nada de eso)
tal vez hayas existido apenas, como un lagarto al que cortan la cola
y que es cola para aquello del lagarto que se agita.

Hice de mí lo que no supe
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era equivocado.
me conocieron después por quien no era y no desmentí, y me perdí.
Cuando me quise sacar la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi al espejo,
ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía vestir el disfraz que no había tirado.
Dejé afuera la máscara y dormí en el bestiario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
quién me diera encontrarme como cosa que yo hiciera,
Y no me quedase siempre delante de la Tabaquería de enfrente,
pisoteando la consciencia de estar existiendo,
como una alfombra con la que un borracho tropieza
o un felpudo que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal volteada
y con la incomodidad del alma mal-entendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará la pizarra, yo dejaré los versos.
A cierta altura morirá la pizarra también, también los versos.
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo la pizarra,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo abajo de cosas como pizarras,

Siempre una cosa frente a la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre el imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?)
y la realidad plausible cae de repente encima mío.
Me semi-incorporo enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la consciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.

Después me recuesto en la silla
y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si yo me casara con la hija de mi lavandera
tal vez fuera feliz.)
Visto eso, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo cambio en el bolsillo de los pantalones?)
Ah, lo conozco, es Estévez sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino Estévez se dio vuelta y me vio.
Me hizo señas de adiós, le grité ¡Adios, oh Estévez! y el universo
se me reconstruyó sin ideal ni esperanza y el Dueño de la Tabaquería sonrió.


Lisboa revisited (1923)



No: No quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.

¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir.

¡No me traigan estéticas!
¡No me hablen de moral!
¡Sáquenme de aquí la metafísica!
¡No me pregonen de sistemas completos, no me enumeren las conquistas
de las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!) —
de las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!

¿Qué mal le hice yo a todos los dioses?

¡Si tienen la verdad, guárdensela!

Soy un técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la técnica.
Fuera de eso estoy loco, con todo el derecho a estarlo.
Con todo el derecho a estarlo, ¿oyeron?

¡No me cansen, por el amor de Dios!

¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto o lo contrario de cualquier cosa?
Si yo fuese otra persona haría a todos su voluntad.
Así, como soy, ¡tengan paciencia!
¡Váyanse al diablo sin mí
o déjenme ir solo al diablo!
¿Para qué tenemos que ir juntos?

¡No me agarren del brazo!
No me gusta que me agarren del brazo. Quiero estar solo.
¡Ya dije que soy solitario!
Ah, qué cansador que quieran que tenga compañía!

¡Oh cielo azul — el mismo de mi infancia —
Eterna verdad vacía y perfecta!
¡Ah Tajo apacible, ancestral y mudo,
Pequeña verdad donde el cielo se refleja!
¡Oh dolor revisitado, Lisboa de antaño, anterior a hoy!
Nada me das, nada me quitas, nada eres que yo me sienta.

¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo...
¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio, quiero estar solo!


Apunte


Mi alma se partió como un jarrón vacío.
Cayó por la escalera excesivamente abajo.
Cayó de las manos de la criada descuidada.
Cayó en más pedazos de loza de los que había en el jarrón.

¿Estupidez? ¿Imposible? ¡Qué se yo!
Tengo más sensaciones de las que tenía cuando me sentía yo.
Soy una dispersión de fragmentos sobre un felpudo por sacudir.

Hice ruido en la caída como un jarrón que se partía.
Los dioses que hay se abalanzan al parapeto de la escalera.
Y miran los fragmentos que su criada hizo de mí.

No se enojen con ella.
Sean tolerantes con ella.
¿Qué era yo en un jarrón vacío?

Miran los fragmentos absurdamente conscientes,
aunque conscientes de sí , no conscientes de ellos.

Miran y sonríen.
Sonríen tolerantes a la criada involuntaria.

Extiende la gran escalera alfombrada de estrellas.
Un fragmento brilla, del lado externo lustroso, entre los astros.
¿Mi obra? ¿Mi alma principal? ¿Mi vida?
Un fragmento.
Y los dioses lo miran especialmente, pues no saben porqué quedó ahí.



Todas las cartas de amor son ridículas


Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amos si no fuesen
ridículas.

Yo también escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las otras,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero al final
sólo las criaturas que nunca escribieron
cartas de amor
son las que son
ridículas.

Quién me volviera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

La verdad es que hoy
mis recuerdos
de esas cartas de amor
son los que son
ridículos.

(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículos.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario