«Roma», de Lidia Rocha


Roma, de Lidia Rocha

Roma

Lidia Rocha

ilustraciones de

Ariel Muñoz

prólogo de

Fredy Yezzed






En principio me imaginé que iba a leer la construcción de Roma, quizá, después de un viaje o bajo la lupa del recuerdo de algún familiar. Dije Roma y me imaginé las fuentes ampulosas, la Capilla Sixtina con sus desnudos, los gladiadores, o los gatos sobre los tejados protestando, como nosotros, por culpa del calor o el olor a basura que nos invade. Pero vas a la bella metáfora de la ciudad-cuerpo, de la ciudad-amor, de la ciudad-deseo. Luego al adentrarme en tu libro me di cuenta que tú, él y todos nosotros somos Roma. Esta ciudad que le hubiese quedado muy bien calzada a Buenos Aires es una ciudad del erotismo: “Nupcial, lujosa, hecha de lluvia eléctrica. Tremenda”; del deseo: “su deseo extendido, esa promesa, que es más intensa porque no se dice”; de la lujuria: “Nos iremos a Roma, a cuando los amantes copulaban en las calles mugrientas, a los templos oscuros, a los cuerpos baratos”.
Hay en tu libro, como en toda ars amatoria, prohibición: “Cada uno a su vida. No la toques“; vivificante sexo:“Solo las bocas que buscan redimirse en la boca del sexo”; deseos oscuros e insatisfacción: “yo nadaba en el líquido amniótico de tantos cuerpos juntos”; lirismo e imágenes bellísimas: “un arco tendido era yo y recibía amor a manos llenas”; metamorfosis y mito griego: “fracasa en su intento de ser planta, liquen, de abrirse contra el muro donde sembraba siemprevivas”; desamor con sus tintes de cursilería:“así es como la magia del amor se termina, sin heridos, ni súplicas”; y desamor con sus pinceladas profundas: “Cansados de empujar este barco, rendidos ante la evidencia. Un fondo negro. Una escena sin gente”; violencia y despecho: “¿Quién le hablará sucio al oído mientras se entrega como a la muerte misma?”.
Preguntas al final del libro:“¿Habrías de este modo abandonado Roma para siempre?”, y me respondo solitariamente: “He vivido toda mi vida en Roma”.

Fredy Yezzed López Barón



(fragmentos)

Ariel Muñoz
 estos amantes se han ocultado uno al otro su corazón. Se dieron en cambio nubes de colores que se abrían en magnolia o dragón chino y caían lluvia de pólvora dispersa. Perdieron los temblores del alma por una música de cañerías en la noche sola. No sucedió, no sucede, no sucederá. Un amor de artificio, una guarida. Ni intimidad, ni alma trastocada por el goce. Todo por conservar impávida la imagen, el toque de los ojos, un roce de la piel, la fantasía
(…)
lo inalcanzable pagará su precio. Eclipse interminable. Que la tierra no la estrangule con sus capas de reina. Te odia, te ama. No te acerques. No morirá si permanece en esa primavera. No la atarás a tu ciclo de sangre, a la repetición, no harás un nido en su costado izquierdo. Será como el arco siempre tenso, recién disparado. O como la flecha que no tiene rumbo o que lastima, antes de estar dispuesta una cacería nueva. Te ama, te odia. Se irá al exilio hacia ninguna parte. Sólo la vibración desajustada de una melodía que habrá sido posible y no consuela

*
Ariel Muñoz
a ella (antes) le gustaba el peligro, o eso dicen. Estrellaba los viernes contra las ventanas. Y se comía la mañana del sábado. Ella (antes) era arriesgada, te hubiese hundido su taco en la garganta. Cortado tu aliento en julianas finitas. Desbocada, dominante. Y vos ahora, de esa miel un recuerdo. Las muñecas tajeadas por no oírla

ella canta sobre la parte alta. La pajarera abierta por lo bajo. Así capturan a los jilgueros sobre los alambrados. Ella se vuela. Te mira desde el trapecio de las hojas, se balancea sobre el mar de pampas. Rebelde contra la tarde que no hinca el pico. No te suelta. Tu corazón en la mira queda seco
(…)

*

Ariel Muñoz
por todas las manos que esa tarde, su noche y su mañana, me tocaron, podría jurarte ahora, (como quien hace a los dioses su rendición de cuentas) que, cuando yo nadaba en el líquido amniótico de tantos cuerpos juntos, en su perfume a sándalo gastado, en esa intermitencia del mirar y el deslizarse, no escuchaba los címbalos sino mi corazón, y mis dedos buscaban bajo una piel y otra el flujo de tu sangre

al resplandor de fuego de la orgía, las hebras enroscadas de unos cabellos negros sobre el óvalo, la pulpa de unos labios, la tentación dispersa y mis manos hundidas en un cuerpo que era copia del mío y que temblaba… en el humo dorado de los suspiros de los que Afrodita no se harta (nunca), un arco tendido era yo y recibía  amor a manos llenas, y esperaba tu toque y me iba muriendo convencida que al recibirte así lujuria y castidad eran exactas
 (...)


*     *     *      *      * 


Lidia Rocha
Lidia Rocha

nació en Trenque Lauquen (provincia de Buenos Aires), es profesora de literatura, diplomada en Ciencias del Lenguaje por el Instituto Joaquín V. González. Publicó Aves migratorias en 2006. Participó en los talleres literarios de Susana Szwarc, Enrique Blanchard y Félix de la Paollera. Formó parte del plan de lectura Leer es crecer de la Subsecretaría de Cultura de la Nación. Realizó el ciclo Poesía en el Living de Recoleta. Coordina, con Gerardo Curiá, el encuentro literario Literatura Viva, y colabora con Inés Manzano en la realización del ciclo de poesía Interiores- Poetas del país 

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