prosas del desbarranco, 2012 |
Porque a los que gritan se los amordaza, porque estuvimos gritando toda la noche, dueñas del silencio, y por bailar los barrancos más altos del desierto, doblada en mi cuerpo, tocada por la posibilidad de un verso, he bordado letras en un pulcro papel, tejido cajitas de Pandora. Implorado, feral y sin lenguaje, por una palabra que se abra.
Solo un ramillete de papeles doblados, que esa persona que se llama madre, ha guardado (sin leer) junto a los libros infantiles.
Mas ay, Madre, si supieras cuanto en mí hay de silencio, cuanto en mí puede el vértigo.
(Carnívoras las palabras hacen y deshacen. Y hasta puede ser que ya no me desarme.)
Una vez me ahogué. Y me sacaron de los pelos de un pozo de agua turbia y empantanada. Era invierno.
Luego me veo: cuerpo desnudo en un cuerpo inmaduro (leves pezones contra las costillas), temblando detenida en las vísperas de la asfixia. Me arrancaban de la noche con una toalla áspera y blanda fregando la piel. Me volvían del silencio y no tenían palabras.
Y era casi una suerte no haberse muerto. Rodar la sangre por el cuerpo. No poder coagularse. Oscurecerse. Llevar la cuenta de un ritmo que tiende a cero.
Una vez me ahogué. De una vez y para siempre.
*
Es tan fácil rodar cuando el vértigo puede. Una cosa de nada. Basta con despeñar el cuerpo en los dientes del diccionario (lengua lamiendo párpados). Erguirse altiva. Mendiga, deslizarse. O hacer una leve torsión con las caderas para tomar la pendiente. Luego rodar. Sensiblemente caer.
Copa de letras de la espera. Caligrama de mujer trémula. Tal vez nunca comprendas qué basta para ser cruel, mas algún día sabrás que es mentira que la sangre no hace ruido al fluir. Y será violento, como abrir una puerta para sólo encontrarse en casa.
Pero hasta entonces, por favor, que alguien le avise (sin ninguna misericordia en la voz), que ha olvidado los labios entreabiertos, perdida en lo que perturba.
*
Crisálida de voz inarticulada que sola te comprendes, olvida esos barbarismos sin freno, sin tino. No digas: esta pendiente sembrando el desierto. Tu vigilia. Tus ojos despavoridos volando en círculos.
No quieras sopesar lo real si las palabras pueden tanto. Jamás vuelvas a asegurar que escancian el rocío. Pues míseras, allí la sangre no transcurre.
Deséchalos.
Antes que esta madrugada cualquiera germines ermitaña, habrás de asomarte al barranco una vez más. Serás tren de olas rompiendo la cordillera. Flor blanca ascendiendo el desierto.
Lunaria bárbara que tanto equivocas, mira: hay una mujer sosteniendo el sol.
Más delgada que humana,
desacompasada en la piedra del miedo,
hace del silencio
una trama
más elocuente que algunas palabras.
(masculla sola, se muerde como piedra)
En la trampa de la trama, a punto de declararse en desierto, párase en el vórtice de la imaginación y afírmase en infierno.
Miente.
(piedra por piedra, el derruido muro del sentido)
Y en su fábula dice que pasa lo que no pasa, que no sucede lo que pasa.
(turbulencia y cripta la forma móvil del aire)
Apenas en las penas doméstica, aún vuelo en el instante, se aferra a las palabras como a un vino y al vino como a una distancia.
(murmura loca, arroja palabras como piedras)
Canta.
Cuerda al cuello sobre el silencio,
Canta.
El arte del desbarranco
Leticia es el poema, cada palabra se escribe con su vida. Su vértigo es música en el lenguaje, y no tiene dudas: se lanza en una caída espléndida para alcanzar la belleza.
Heroína de un ballet de la noche, desciende danzando con las fuerzas del idioma. Ángeles de la herida componen el coro, cantan en su voz. Son esos niños hombres, esas niñas de inocencia equívoca, que besaron a la muerte en la boca y ejecutaron el riff de la ausencia en su propia piel. Poetas malditos aún en el silencio, animalitos esquivos, mártires del abandono que ella sabe amar.
Comprende que su don es escalar hacia abajo (que cuando se desarma las palabras cantan), se pierde de una vez y para siempre, porque ésa es la forma en que puede encontrarse, y así, renuncia a la seguridad del encierro. Elige la incertidumbre del barranco, y el espacio se multiplica en sus giros.
En las palabras está su valentía, se lanza a ellas, al abismo que parece imposible para la fuerza del poeta, pero al fin se eleva en ese vacío, y canta el desbarranco para sanar nuestra herida de mundo.
Leticia Hernando crea un territorio de libertad que interpela nuestra vida. Maestra del arte del desbarranco, nos enseña el misterio.
Gerardo David Curiá
Tiene publicado los libros de poesía: "La alegría del desarreglo" (ed. la guillotina, 2005), "Loba de sueño rosa" (ed. la mariposa y la iguana, 2010), "Prosas del desbarranco" (ed. la mariposa y la iguana, 2012), "Todo lo que calla el que canta (leyendas), Ediciones la mariposa y la iguana, 2015.
Participó de la antología: "Si Hamlet duda le daremos muerte: antología de poesía salvaje", (Libros de la Talita Dorada, 2010)
Tradujo: "La cruzada de los niños/La croisade des enfants" de Marcel Schwob (ed. bilingüe, La mariposa y la iguana, 2014) y "Carta sobre la génesis de los heterónimos. Antología de poemas" de Fernando Pessoa (ed. La maripos y la iguana 2015.
Desde el 2010 desarrolla el proyecto editorial "La mariposa y la iguana" junto a la poeta Dafne Pidemunt.Contacto: leticia_hernando76@yahoo.com.ar
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