Todos mis libros son provisorios.
Todos son distintos y tienen algo de: “hasta acá llegué”. Pero este lo es más.
Los pianistas, en cualquiera de sus versiones, está dedicado a ese hogar extraño
que fue la Maldita Ginebra.
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Los que pasaban no dejaron de pasar... |
Pianistas en estrépito y fuga
-Versión para leer a viva voz-
Te agitabas por alcanzar mi botella y
gritabas invitándome a pasar:
—La catedral gótica, niña. La catedral gótica
—tomaste la botella y entramos.
(Me senté en el piso entre partituras y el
hambre de las hormigas.)
—Bach, niña. ¡Bach! ¡Escuchá!
Las notas se caían. Un estrépito fue la fuga.
(El pianista anoche murió.)
*
—Salí disparada. El empedrado de la calle. La
dura piedra del exilio. El breve zumo de la vida. En vuelo salvaje hasta la
luna.
—Armonía hecha
añicos. Jauría de notas y cacería.
—Siglos atrás salí disparada. Desparramaba
palabras en el camino para perderme en el bosque. Apenas doblada la esquina
empecé a arrojar guijarros, miguitas, verbo mordido.
—Del
encierro al vacío en estrépito y fuga.
—Los modales lejos.
—Lejísimos.
—En andas la poesía, en andas la furia.
*
La secuencia es breve. Rápida. Eso. La visión
de algo que pasa. Lo que sucede en el sesgo de la mirada. Mancha confusa y
temblar adentro.
¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
—¿Quién sos el
azar?
Un paso tras otro más otro. Y nada más.
Hay ruido pero es silencio.
[La silueta escribe mientras
camina, la sombra detrás. Se acuna con las palabras. Se habla como a una
criatura: está
loca. Es un caracol vacío donde resuena el mundo.]
¿Dónde es aquí?
¿Dónde es ahora?
(Esa música de las palabras como casa)
Ya no sabe que edad tiene. Que puerta golpea.
Hizo todas las filas de todos los baños y ahora apila botellas en equilibrio
precario.
Ya no sabe si día o si noche. Es una criatura
sin nombre. Tiene hambre. Hace frío.
[Despavorida,
la silueta empuja y es un bar. Subsuelo adentro.]
En el sótano, todo tiene la velocidad irreal
de una película muda: el aire está lleno de palabras que pasan. Una maraña de
trazos oscuros, el coro de borrachos, sobre el sillón desvencijado.
El poeta invitado llega temprano con su
carpetita de poemas bajo el brazo como todos los recién-llegados.
—Vengo a presentar mi libro—anuncia—, me
invitaron por mail.
Y ya no se lo escucha más: Vidalita-Blues
prueba sonido, los destonos exactos.
[Alguien
vuelca la botella. Trizas. Una burbuja que estalla.]
—¿Qué pasa? ¿Ni la risa del idiota? ¿Qué
primavera es esta?
[La
silueta que habla empieza a mover las manos como si le faltara algo]
—¿Qué miran inmóviles? —grita. Las manos, una
forma extrañísima que quieren cambiar defunción.
—Mordieron sangre, acuérdense. Fueron
crueles. Atraparon moscas. Les arrancaron las alas por convertirlas en
hormigas. ¿Se acuerdan?
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Deletérea, la voz, se vuelca como una copa... |
[Una
silueta ríe. Otra llora. Todas beben. Son criaturas de la cadencia, obedecen lo
que no comprenden. Ecos. Acentos rítmicos. Caen como puños. Cerrados.]
Todas las noches son la misma noche. Una y
distinta siempre termina con pájaros insomnes y ruido de persianas levantándose
e hilillo de vino tinto en las canaletas como sangre derramada y siluetas
desperdigadas por la acera que baldean lentos porteros.
*
De todas las noche elegí para leerles la nº 2 que tiene por nombre:
Merluza Juárez, su mamá y el psiquiatra
El recién-llegado entra
acompañado por su mamá y su psiquiatra. Es temprano. Es epiléptico. Se hace
llamar Merluza Juárez. Tiene cara fiera. Es de la Boca. Escribe
cuentos.
Tal vez porque crueles,
con filo y aristas, sus cuentos. Tal vez porque llegó tan temprano acompañado
por su mamá y su psiquiatra, será el único cuentista autorizado a leer en la
casa, en toda su historia.
Merluza se sienta y pide
una coca para él. Y otra para su mamá. Dice que está de vuelta. Que ya no bebe.
El psiquiatra, no. Se pide un Whisky. Y otro. Y otro.
Maldita-Divine y Vidalita-blues
abren la noche. Poesía y blues&roll
Merluza lee su cuento:
Un niño con síndrome de
down es abusado por el carnicero del barrio que le da un kilo de milanesas a
cambio.
Promediando la madrugada,
Merluza Juárez y su mamá se retiran.
El psiquiatra, no. Toma
otro whisky. Y otro. Y otro.
Luego la noche se
desmorona. Astillas el cráneo, el alcohol. La sustancia del silencio. El
empaste del aire.
El poeta invitado araña
tango y no llega. Sucede lo olvidable de la poesía, el bla-bla poético, la más
insulsa escritura.
El psiquiatra no entiende.
No quiere. Amaga taparse los oídos, rascarse la cabeza. Vuelca el whisky. Loco,
está a punto de vociferar.
—El corazón se destroza
cuando escucha un mal poema –dice para adentro, temblando.
No queda más que maldecir
en el peor de los idiomas. Ebrio se incorpora a medias y se detiene. Los
ojos abiertos.
A su alrededor los borrachos
se desfiguran profiriendo barbaridades. Se desatan contra lo que les aburre.
—¡Maten al poeta! —grita
el coro.
Maldita-Divine se
entusiasma y olvida al invitado. Pelea a las siluetas, arenga al coro.
(No recuerdo si esa noche
volaron botellas.)
Por entre el ruido, una
voz femenina. Una voz que casi tiembla pero no.
Impiadosa. Crece hasta
morder. Acalla. Los nervios de los borrachos.
Violencia y desgarradura
contenida. Miente ternura. Voz que ha perseguido palabras con la paciencia de
un sabueso. Y ahora las suelta. Lacera el aire para tocar el cuerpo dócil de
los borrachos.
–Aquí no hay cobijo
–dice. Y dice con dulzura:
–En el poema no hay
quien se salve.
Todo es silencio. Lo
sostienen las manos de los borrachos que tiemblan vidriosos pendientes del hilo
de la voz.
La que lleva adentro la
voz que muerde, deja el micrófono. Touché. Despacio. Silencio. Se ha
escuchado un poema.
Luego, desde el fondo, se
levanta, lentamente, un tímido laleo. Incomprensible. Un cántico que debería
haber permanecido interno. Es la señal. La inmovilidad se rompe. Los borrachos
se abalanzan sobre sus botellas. Sus vasos. La noche se precipita.
Al final de la noche
arrastramos al psiquiatra hasta un taxi. Lleva en el pecho un papel escrito con
una dirección.
Se ha transformado en una
criatura hambrienta de whiskys y poemas. No dejará de volver.
Anoche también murió. De
viejo, nada más.
*
Después de todas las
nochesvino una noche que duró cinco días, en la que todas las siluetas perdimos
nuestra sombra.
(Es que el Ramos tiene
largas luces blancas que deja sin sombra a los que pasan.)
Una noche que terminó en
Chacarita bajo un sol incomprensible.
(La guitarra en el ataúd y
el ataúd en tierra)
Cuando las paladas de
tierra empezaron a golpear sobre la madera, cantamos.