"Dentelladas", de Soledad Gomez Novaro

Dentelladas, Soledad Gómez Novaro

Dentelladas

de Soledad Gómez Novaro

-plaquettes de la mariposa y la iguana-


18 de mayo, 19 hs

Presentación a cargo de: 
Paula Jiménez España

Lectura a cargo de la autora

en el Museo del libro y de la lengua

auditorio David Viñas
Av. Las Heras 2555
"Yo fui casa sin jardín, por las espinas. Adentro dormían las leonas, siempre detrás de las rejas. Y yo me deshabitaba...""Yo fui casa-lejos, casa-jaula con leonas adentro...""Me era fácil esconder los arabescos y vagar por ahí, descalza, hasta el alambrado...""Si me iba algo se haría trizas y heridas y costras y llagas.Se haría trizas el mundo en la pared y los ojos-pájaro volando en el cielo de estuco y de cal...."


Dentelladas, de Soledad Gómez Novaro
por PAULA JIMÉNEZ ESPAÑA

Paula Jiménez España,
Soledad Gómez Novaro
Me resulta inevitable pensar en Piezas crudas, el libro anterior de Soledad Gómez Novaro, a la hora de referirme a Dentelladas. No porque necesite compararlos, son dos obras independientes e igualmente disfrutables, sino  porque creo que hay una continuidad entre ambos, una ligazón.  En aquél libro, lo crudo irrumpió con toda su fuerza, y con él, el escape del animal encerrado, el acecho de lo instintivo sobre el lenguaje, el gran domesticado. Aquél fue el gesto inicial, el de arranque, cuya fuerza reveló una identidad literaria que surgía con gran poder en la pluma de Soledad. Cierta desesperación tenía ese texto, propia de ese animal que de golpe salía a morder, a morir o a matar. A escribir.  En Dentelladas, no se presiente esa desesperación, sino el tanteo de sus patas sobre la tierra firme, la exploración del cuerpo en la materia del lenguaje. El animal ya salió. Ahora se prueba moviéndose en un mundo que lo desorienta, donde cada cosa puede ser otra, una casa puede ser él, ella, que a su vez puede ser un arabesco, que a su vez podría ser viento, nada. Y en Dentelladas, a diferencia de Piezas crudas, el animal es identificable. Ya no es uno cualquiera, y ni siquiera un animal, sino varios, varias, es un plural femenino: leonas. Son hembras, las reinas de la selva. El plural, paradójicamente, destituye el poder univoco de cualquier monarquía, porque son muchas quienes portan la corona. En la jerga popular la palabra leona se aplica a la que defiende a sus crías, su tierra, la mujer peleadora, la heroína televisiva o cinematográfica que muestra sus garras, la apasionada. Sin embargo, como si una mujer tuviese la necesidad o la obligación de esconder la leona que tiene adentro, es decir, la necesidad de no dar a conocer su bravura, no sin ironía, en Dentelladas las leonas de Soledad a veces se ocultan o aparecen camufladas Dice la autora: “–No le digas a nadie que sos una leona. / Entonces yo era una casa”. En otro momento escribe, en refuerzo de esta idea que acabo de enunciar: “Yo fui casa sin jardín, por las espinas. Adentro dormían las leonas, siempre detrás de la reja”.
Casi como si lo opuesto a la lucha, a la hincadura del colmillo, fuera la seguridad del hogar: el lugar donde el lenguaje permanecería entre rejas, a salvo de toda irrupción desestabilizadora. Uso esta forma hipotética, “permanecería”, porque obviamente aludo a lo que del hogar se espera  y no a ese lugar real que es la casa donde, muchas veces por reacción del hijo o la hija, la propia lengua natal se vuelve insurrecta y desobediente y nace por ejemplo, contra toda predicción, un o una poeta. Es decir, nace de un hogar decente, el ser más inútil de la tierra, un ser que obedece a la lírica y que, como dice Diana Bellessi en la Pequeña voz del mundo, es la idiota de la familia. La idiota que se hace la idiota, es decir, la que sabe escuchar. El comienzo de este precioso texto de Soledad, Dentelladas, es un juego muy a su medida, a su humor y a su ironía; se trata de un mandato limitante que cae sobre el yo y se expresa por la negativa, el yo le prohíbe al yo, sensatamente, la emergencia de toda liberación, de todo vaciamiento. El texto dice:
“No seas.
No pronuncies las púas, los vidrios rotos, los baldíos, la empalizada, los pies descalzos.
No seas.
No cuentes la sarna y la lluvia, las costras, el pan duro.
No seas.
No digas en la fiesta el alambre crudo, o el borde,  o el afuera y la ropa descosida.
No seas.
No grites los perros flacos, el agua sucia, los días helados.”

El ser es entonces una bolsa cerrada llena de metáforas que el yo le ordena no abrir, se lo ordena para que no se revelen todas las imágenes poderosas e ingobernables que lo componen. Cuando escribe “no pronuncies las púas”, está diciendo no digas lo inconveniente, lo punzante, lo incómodo. El yo lírico es tan esdrújulo como irónico, por supuesto, ya que con la explicitación de esta orden de silenciamiento, lo que hace precisamente es hacerlo hablar. Este yo sale a retar al otro yo desde la conciencia de una guerra íntima que para el animal de Piezas crudas aun era sorda: ahora reconoce la tensión, sabe de qué se trata. El arranque de Dentelladas además de abrir este juego, plantea una puesta estética, la elección de un lenguaje delicado que se soporta en elementos de la tierra para hablar del espíritu moviéndose en el mundo: vidrios rotos, baldíos, empalizada, pies descalzos, sarna, lluvia, costras, pan duro, etc.  Esta abundancia de materia tangible y de personajes que desfilan por Dentelladas, y que es una de sus características principales, va de la mano de una idea crucial de este texto: el anhelo de despersonalización, de repartirse como el pan entre los hombres, es decir, ser en todo para no ser en nada, ser la dilución de las diferencias. Mencionar esto me lleva al hermoso poema El gozante de Manuel Castilla, que a Sole y a mí nos gusta tanto y que dice: "Estoy solo de espaldas transformándome./ En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña/ y miro por los ojos de las alas de las mariposas / un ocaso vinoso y transparente. / En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho. / De mí nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío. / Sé que en este momento, dentro de mí, / nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua."
La apuesta de Soledad como la de Manuel desacomoda la misma lógica inclusiva, jerárquica del mundo ordinario, ¿que está adentro de qué? ¿el cuerpo dentro del viento, el viento de él? ¿Quién goza? ¿Dónde se goza, en uno mismo, en el otro, en los otros? Como en los dibujos de Escher, donde una escalera va a parar al interior de una casa que va a parar a otra y a otra, de la que nunca se puede salir y donde el afuera y el adentro terminan siendo categorías que no cuentan. Por eso aquí no es la casa la que se deshabita sino el yo. O no hay casa ni hay yo. En  este texto la autora repite las palabras Y yo me deshabitaba, como un mantra. La repetición del pronombre “Yo” termina finalmente desalojándolo del discurso. Cuando está en todo, el yo no está en nada, como los ídolos del rock que desaparecen en el yo de sus seguidores. O como en la película Quieres ser John Malcovich, en la que quienes miran desde los ojos de este actor se ven a sí mismo en cualquier cara para no verse realmente en ninguna.    
En el poema 1 de Dentelladas, Soledad dice: “Yo fui casa sin jardín, por las espinas. Adentro dormían las leonas, siempre detrás de la reja. Y yo me deshabitaba. –Y no ilumines los rincones –me decían–. Mejor dormí. Y cerraban la puerta. Y me deshabitaba, sola. Y andaba por ahí con los vidrios rotos. – ¿Y qué hacen las leonas sueltas?, –me gritaban–. ¡A la jaula! ¡A la jaula! Y yo era un cuarto triste, lujoso y triste, sin jardín, por las espinas”.
Y en el poema 3 dice: “Yo dibujaba  arabescos. Los dibujaba bien. Eran nítidos, casi de carne y hueso.
Yo los aplacaba, pero poco. Tenían la voz fuerte y a veces se hacían jauría. Pasaba el tiempo con ellos y me invitaron a irme. Les pedí que esperaran y fui también arabesco, con ellos.
Era arabesco y a la vez era casa, mientras todos dormían. Y me deshabitaba”. 
Hete aquí los arabescos, los aparentes antagonistas de las leonas en Dentelladas. Se los presento, son personajes hechos de lenguaje, puro borde, línea decorativa, cuya insustancialidad les permite asumir personalidades múltiples. En el fragmento del poema 3, antes citado, por ejemplo, terminan alineándose con los perros: Tenían la voz fuerte y a veces se hacían jauría. No me extrañaría que ladraran. A veces, los arabescos de Soledad Gómez Novaro tienen muy mal carácter e inhiben a las leonas. Dice en el poema 6: “Los arabescos eran irascibles. Podía oír sus gruñidos, sus dentelladas. Pero las leonas dormían, no hacían caso de ellos”.
Otras veces transvasan su identidad y se convierten en el yo. El poema 5 dice:
“–¿Qué son esos dibujos?
–Nada –contestaba yo y los escondía.
Hoy miro fotos de ese tiempo y yo era un arabesco. Nunca estuve”
Este “nunca estuve” es la confesión final, la verdad debajo de Y yo me deshabitaba. Yo me deshabitaba porque nunca me habité, porque nunca estuve. Porque si me hubiera habitado, no habría habido poesía. Porque si yo hubiera estado todo se habría agotado en mí, no se habrían abierto las posibilidades del misterio que es una de las condiciones de la escritura literaria. Este nunca estuve, también me hace pensar en otro ausente, Robert Walser, en un texto de reciente publicación sobre él de Vanesa Guerra, donde la autora cuenta que Walser quiso dejar su vida lo menos vivida posible. Por eso Walser caminó y caminó mirando desde afuera, paseando por la vida, amando sin implicarse, sin importarle si era o no amado. En Soledad Gómez Novaro esta experiencia es sustancialmente distinta, porque su pluma atraviesa la vida. El otro día María Negroni decía que la poesía era esto, y atravesó una hoja con un lápiz, rompiéndola. Ese es el gesto de Soledad, que para escribir no puede dejar de romper. Sí, estoy segura, anhela ese aprendizaje zen, esa aniquilación de la personalidad porque allí se asienta la primera cárcel, que es el lenguaje. Y la manera que encuentra de liberarse de él es escuchar con atención, no dejar que las palabras mueran en expresiones vacías, hacerlas revivir como a Lázaro (que no es Baez, un ejemplo de cómo cuando una palabra está tan sobrecargada de sentido termina resultando una no palabra).
Volviendo a Dentelladas, después de esta digresión, cito el final del poema 6 que dice: “Si me iba algo se haría trizas”, y al comienzo del 7, la autora vuelve a tomar esta palabra para aclararnos que no fue ingenua en su uso: Si me iba, algo se haría trizas y heridas y costras y llagas.
Y ya que estoy aquí voy a transcribir la totalidad de este poema que dice:
“Se haría trizas el mundo en la pared y los ojos–pájaro volando en el cielo de estuco y de cal.
Si me iba algo se haría trizas  y tendría collares de charcos, de musgo. Pulseras de pedregullo, de vidrios rotos, de madera astillada de cajón de frutas”.
Como verán, utilicé bastantes veces la palabra poema para referirme a los textos de Dentelladas porque para mí no se trata de otra cosa aunque Soledad se conduzca con tanto respeto en relación a la poesía que no ose jamás decirle a nadie que lo que hace tiene ese nombre. No me importa. No necesito su aprobación para esto ni resulta indispensable que ella lo asuma de esta forma. El deleite, el goce, el erotismo que se deslizan en el lenguaje de Soledad Gómez Novaro me recuerdan a poéticas como la de Olivero Girondo, el más juguetón de los poetas que leí. El texto con el que arranca el libro, el que comienza con el No seas, me trae al Ya no de Idea Villariño e incluso encuentro alguna relación con la más irónica de todas las chicas, la mexicana Rosario Castellanos. De todas maneras, traigo estos nombres solo para ligar a Soledad a una tradición no tan contemporánea aunque sí actual, de poetas latinoamericanos y latinoamericanas con un gran sentido de la musicalidad y la belleza. Para ejemplificar una vez más cómo estas condiciones están reunidas en la poesía de Soledad Gómez Novaro quisiera leerles el final del libro, que dice así:
"El campo me abrazó leona y salí en noche mordida de grillos.
Y fui en espiral, en caracol, abajo adentro hasta el estanque.
En el fondo el agua oscura brillaba dormida y despacio como brillan las ciruelas en la luz susurrada.
Dormía el agua repitiendo la noche en su canto de grillos redondo y lejos.
Bebí leona y desperté en mi nido profundo. Bebí el agua y la noche y fui la noche con ella.
Fui el campo y el vientre del río. Fui los bosques sin puertas, los pájaros breves. Fui el viento, el viento y su lomo mojado."


   

Soledad Gómez Novaro

Nació en Buenos Aires en 1970.
Estudió la carrera de Letras y se desempeña como docente. Participó en talleres y espectáculos de narración oral. Actualmente se dedica a explorar posibilidades creativas en la escritura.
Junto con otros autores, integró las antologías de poesía y narrativa: Y no ilumines los rincones (La Mariposa y la Iguana, 2015) yTal vez debería yo hablar del fuego, sólo del fuego (La Mariposa y la Iguana, 2012).
Publicó Piezas Crudas (La Mariposa y la Iguana, 2014).

Próximo título III: "Mi madre favorita tiene bíceps", de Lilian Laura Ivachow


Mi madre favorita tiene bíceps

 de Lilian Laura Ivachow

dibujos: Maia Debowicz



martes 24 de mayo, 19 hs
en la Biblioteca Nacional
auditorio Cortázar



Moderadora del evento: Fedra Spinelli
Panelistas: Félix Bruzzone, Cecilia Antúnez, Maia Debowicz, Graciela Tustanosky.
Lector invitado: Julián López
DJ: Galundia Moera




Una chica del conurbano obsesionada con una actriz de TV de los 80; una profesora de historia enamorada de su instructora de box. Policías sensibles y cinéfilas fracasadas. Narcotraficantes prêt-à-porter ocultas tras pelucas rubias y fumando a lo Greta Garbo en Hong Kong.
Entre la melancolía y el kitsch, los personajes de Mi madre favorita tiene bíceps parecen siempre venir desde las fiestas más tristes. Como aquel paracaidista que no puede aterrizar, a duras penas logran pisar la tierra.


«Lilian Laura Ivachow se para en lugares indómitos para dar cuenta de lo que ve, de lo que percibe, para escribir con gracia, con humor y con amarga desesperación, las historias de unos personajes a los que la luz parece tornasolar y vuelve completamente entrañables. Buenos Aires o Hong Kong, empedrado o celuloide. Todo puede ser capturado por el travelling -como ese fabuloso sobre la autopista Perito Moreno y sobre la década de los 90 que deslumbra en «Los paracaidistas»- de una escritora que parece encerrada en una cápsula solitaria pero que descerraja relatos que auguran una empatía feroz y, sobre todo, llegan plenos de escritura.»
Julián López.



Lilian Laura Ivachow nació en Buenos Aires en 1970. Es licenciada en Letras por la UBA y su camino se despliega entre la literatura y el cine con igual pasión.
En relación con la literatura, colaboró con la revista El perseguidor. Publicó el poemario Mi chica de cristal (Ediciones Mala semilla, 2007) y coordinó talleres literarios en la Unidad Penitenciaria de Marcos Paz.
En torno al cine, investigó la obra fílmica de Hugo del Carril como becaria del Centro Cultural de la Cooperación. Codirigió el documental sobre David Kohon Una galería de espejos (2000) y dirigió el largometraje de ficción Pablo y Virginia van a Luján  (Selección Festival Internacional de Montevideo, 2009). Ejerció el periodismo y la crítica en la revista El Amante, punto de partida de los cursos especializados en la obra de Leonardo Favio, que desde 2010 imparte en diversas ciudades del país.
En la actualidad dicta seminarios sobre las relaciones entre literatura y cine y se desempeña como docente en la Universidad Nacional de La Matanza.





"La existencia de la Mocha Celis o la visibilidad en la invisibilidad educativa", de Sabrina Testa

 La existencia de la Mocha Celis o la visibilidad en la invisibilidad educativa

de Sabrina Testa



viernes 13, 19 hs
Auditorio David Viñas
Av. Las Heras 2555

Presentación a cargo de la Lic. Mariana Rossetti (UBA) y la Lic. Verónica Scardamaglia (UBA).
Músico invitado: Rodrigo Makluff (orquestas infanto-juvelines, caba)





Las preguntas de la que parte el presente libro son: ¿Hasta dónde incluyen, verdaderamente, la Ley Nacional de Educación y el sistema educativo? ¿Qué sucede con los colectivos que quedan fuera? ¿Qué garantías ofrece para incluir a la diversidad?  
  A partir de estas preguntas, este libro analizará la respuesta que dan los bachilleratos populares, y en particular el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis.

En la Argentina, a partir de la crisis de 2000, surgen –como alternativa al modelo pedagógico imperante– los bachilleratos populares, en donde la relación educador-educando desestructura la verticalidad hegemónica del sistema educativo y da lugar a una relación de aprendizaje-enseñanza desde la horizontalidad, buscando sanar las heridas sociales e incluir a los tantos colectivos expulsados. 
     En el año 2011 se funda el primer bachillerato popular trans del mundo, que no sólo busca incorporar al colectivo trans al sistema educativo, sino también visibilizar a estas subjetividades y empoderarlas para que puedan erigirse como sujetos críticos de la realidad circundante.



Peligro, identidad!
por

Verónica Scardamaglia



Resulta difícil discutir las capturas que impone la identidad en un país que sigue buscando a 400 nietes.
Resulta difícil situar las garras propietarias de la identidad con un gobierno amarillento de políticas excluyentes.
Resulta difícil no dejarse atrapar por esa mascarada ilusoria con biopolíticas que organizan este vivir y dejar morir y que siguen instalando morales confortables donde alojarse.
¿Qué política de afectación de los cuerpos organiza determinadas composiciones? ¿Qué composiciones-descomposiciones se encarnan en qué cuerpos? ¿Qué afectaciones producen los encuentros-desencuentros con lo otro en tanto que otro?
Lo otro sabe escapar de las capturas de la lógica identitaria, que sabe de la tiranía que la modernidad instala desde la identidad como principio. Que algunas veces olvida que esto ha producido un modo de organizar el mundo regido por el principio de lo igual. Ese principio que descarta y excluye. Que activa una proliferación incesante de clasificaciones engendradas en aquel suelo histórico político. Y en ellas, lo otro queda situado y definido a partir de lo mismo. La operación de la lógica identitaria nos lleva siempre a uno de los dos extremos de las oposiciones binarias. Esta lógica conlleva los imperativos de conservación, de correspondencia, de militancia por la igualdad de sí.
Pensar lo otro implica no situarlo en un registro de lo identitario.
Pensar lo otro significa conmoverse, revulsionarse, fragilizarse para, desde allí, existir. Lo otro como aquello que estalla las referencias.
Modos de existir que no sólo quedan acechados por las derechas sino también por ciertos microfascismos progres que, muchas veces, reinstalan el imperio del Yo. Sutiles ninguneos que activan un variado menú de acciones que podríamos pensar como operatorias políticas sobre lo otro. Acciones en las que lo otro queda:
abrumado, abusado, acabado, acallado, acondicionado, acongojado, acribillado, adaptado, adecuado, agobiado, agotado, amenazado, amoldado, amonestado, anestesiado, aniquilado, anulado, apagado, aplazado, arrasado, archivado, asesinado, asimilado, atacado, avasallado, avergonzado, azotado, banalizado, callado, cancelado, castigado, clausurado, comparado, compensado, confinado,  contrarrestado, controlado, cosificado, criticado, custodiado, degenerado, degradado, demorado, denigrado, depuesto, derogado, derrotado, desaparecido, descalificado, desclasado, desechado, desfigurado, deshonrado, desterrado, destruido, desplazado, destituido, desvanecido, desviado, devaluado, disfrazado, disipado, dominado, dudado,  educado, enterrado, entristecido, escindido, esclavizado, escoltado, examinado, fichado, herido, homogeneizado, humillado, igualado, incluido, injuriado, integrado, interpretado, invisibilizado, lastimado, lesionado, maliciado, maldito, maltrecho, marcado, menospreciado, molestado, mortificado, neutralizado, ninguneado, nivelado, obstruido, oprimido, patrullado, perseguido, prohibido, rebajado, recelado, rechazado, recluido, reducido, relegado, reprimido, reprendido, reprobado, ridiculizado, sancionado, señalado,   silenciado, sojuzgado, sometido, sospechado, subestimado, sujetado, tachado, temido, tildado, tiranizado, totalizado, ultimado, ultrajado, vejado, vencido, vigilado, violado, vulnerado…
Estrategias biopolíticas que se encarnan en cuerpos institucionalizados, en dinámicas institucionales, en modos de relación instituidos, en automatismos cotidianos.
Una gama homogénea de opciones que muchas veces genera una escalada de enfrentamientos ciegos que refuerzan aquel lenguaje que se buscaba destronar. Modos que reinstalan aquellas formas que se buscaban denunciar y resitúan juegos de dominación y enfrentamiento que descomponen y entristecen.
Dice Guattari “la cuestión no es decir que no soy microfascista sino saber hasta qué punto lo soy, porque lo soy como todos; lo importante es saber dónde se detiene esto, como se agencia, como se revierte. (…) hay un límite, no a nivel de las leyes morales universales, de imperativos categóricos, sino al nivel de leyes contingentes: hasta cierto punto va bien, más allá no. Y no es una ley la que debe negociar el límite, sino un agenciamiento colectivo de vida.” (Guattari 1977, 43)
Un bachi popular que busca escapar a las capturas institucionalizadas de la educación pública.
Un bachi popular trans inventado bajo el desafío de existir como un espacio intersticial y amigable.
Un espacio trans.
Ni xxy ni h2o.
Incontenible, incapturable, inclasificable.
Con la fuerza incómoda de aquello que encarna la potencia del diferir, lo incapturable del ir siendo, el desafío de un vivir trans.
Un trans vivir.
Un vivir más allá.
En tránsito, en viaje, en camino.
Un modo de vivir que sabe del diferir.
Acción vital expuesta al dolor, a la incomprensión, a la orfandad. Ni padres fundadores, ni madres contenedoras. Ni esceulas normales.
Sólo compañeres de viaje.
Sólo monstruos y mariposas.





Sabrina Testa (Buenos Aires, 1985). Es Profesora de Castellano,  Literatura y Latín; Especialista Superior en Conducción de las Instituciones Educativas de Nivel Medio y Equivalentes; Especialista Superior en Profesor Tutor (ISP JVG). Realiza diversas actividades académicas, tales como la organización y exposición de las Jornadas de Educación Carcelaria (2010-2011, ISP JVG). Participa en diversos congresos y jornadas con trabajos que incluyen Filosofía, Literatura, Lingüística y Arte, entre otros temas. Dicta clases en el nivel secundario y ha sido ayudante de cátedra en diversas asignaturas del nivel terciario. Tiene publicada, entre otros textos, la ponencia  "Cociente Intelectual vs. Inteligencia Emocional", en la revista digital Con-Textos (2015).

"La muertita o la novela que" de Susana Szwarc

La muertita 
o la novela que

de Susana Szwarc



Dice Sonia Catela:

En "La muertita o la novela que", todo el espectro de lo que constituye la estructura del ser humano contemporáneo aparece como en un escenario en el que a alguien se le van desgarrando las innumerables pieles superpuestas (convenciones colectivas y rituales, apetito de poder, belicosidad, pecados ecológicos, discriminación, control del otro) y que se nos enciman a medida que el rebaño social opera.
"La muertita" elige su propia dirección a contramano, dentro de ese núcleo social que nos condiciona.
Ella elige un subsuelo como alojamiento, como tantos de nosotros.

Dice Daniel Gigena:

“La ‘muertita’ es la forma en que se nombra en algunos pueblos del noreste de nuestro país a esas jóvenes que, entre deprimidas, idas, un poco temerosas del exterior, deambulan las veredas calurosas o están durante horas sentadas en un banco de la plaza, mirando en retazos y, de a ratos, leyendo -cuenta la autora?. Pero en esta nouvelle, los personajes están en la gran ciudad y esta muertita viaja en los subtes y recorre las calles hasta que se instala en una de las tantas zonas habitacionales de la gran ciudad: un sótano alquilado.” Desde ese subsuelo los ojos de la chica dan justo en el lavadero de enfrente, donde trabaja uno de los personajes más atractivos del relato, María Marina, una transexual que cuida a un bebé como si fuera propio.
“Un animal anonadado, eso era la muertita. Nada que ver con el ratón de ojos inteligentes”, se lee al inicio de “la novela que”, género ideado por Szwarc para condensar sentidos incompletos; estructuras que oscilan entre el verso libre y el fluir de conciencias, entre la creación de situaciones y los sucesos reconstruidos a contramano. “¿Una especie de universo a lo Rulfo, una especie de zona fantasmagórica donde sin embargo el humor prevalece? -se pregunta Szwarc. O tal vez un mundo bekettiano, donde se espera a Godot con la diferencia de que en la espera se suceden reuniones, sonido y furia, canciones, algún nuevo reencuentro.” La muertita y la novela que contiene la metáfora del desplazamiento semántico constante; es así como en la nouvelle se pueden leer hojas de ruta que van hacia distintas zonas... (cliquee para leer la nota completa)


Fotografía: Clara Vasco


fotografía: Clara Vasco
















*
La muertita o la novela que, de Susana Szwarc
(fragmentos)

"—Comencé a trabajar en el lavadero. Me enteré que la mujer de Wang Sung había muerto en el parto y Wang se ocupaba del pequeño Juan Tse.
Wang y yo nos enamoramos locamente. Los días y las noches eran una fiesta. Hasta que vi a Wang temblar. No supe qué había leído en su computadora. Sólo dijo que tenía que volver a su ciudad, a Kunming. Que por favor me ocupara de Wang, que volvería pronto, que era un viaje de ida y vuelta.
Pasaron cuatro años.
Entonces Juan Tse se agarró con fuerza a su mamadera y todavía no quiere soltarla. Yo creo que habrá tiempo, que no es cuestión de abandonar de golpe los placeres..."

“Un animal anonadado, eso era la muertita. Nada que ver con el ratón de ojos inteligentes.”


La muertita o la novela que de Susana Szwarc

por Walter Romero



Texto leído en Casa Brandon el día 8 de junio de 2016 con motivo de la presentación de la novela

La novela de Susana Szwarc es una novela sobre la demolición y sobre la muerte cotidiana, pero también sobre lo ascensional, sobre lo posible de nuestros días. Es una novela sobre no malgastar la palabra: no hay ripio, no hay digresión; hay micro detalles, micro narrativas injertadas. Y es una novela sobre una historia que se narra desde el subsuelo, desde un inframundo muy humano, muy mortal diría, desde un punto de vita que, sin embargo, desde esa plataforma baja ve el mundo: quiere cantar, quiere sacar fotos, quiere tener un perro…es una novela sobre el anhelo o sobre esos anhelos quebrados, como el título que queda trunco, que no acaba o clausura el sintagma y abre así una posibilidad más infinita.
¿Qué texto es La muertita?
¿Una falsa novela policial? Acaso se le escabulleron o se le escaparon  algunos elementos: hay un cadáver, hay dos detectives, hay sangre pero falta el armazón; por eso es una novela con lo que queda, lo que resta: esqueletos de una forma, o novela que trabaja con las formas pero sin llenarlas ni rellenarlas, que duda de que la palabra complete. Eso que es mejor que el lector lo termine o cierre
¿Una novela china? Tiene varios indicios y hasta las unidades de peligro y de salvación parecen venir de ese exotismo cercano, de esa orientalidad doméstica que atraviesa Buenos Aires, en eso es una novela de las antípodas del acá nomas: la muertita puede vivir en un sótano cualquiera de Buenos Aires frente a un lavadero chino.Pero no habilita demasiado la “narración china”, es deceptiva una vez más; pienso en la mafia china, en la posibilidad de esa narración paralela, y me la deja en suspenso. La muertita es una novela sobre las formas narrativas aleladas, vaciadas de sobrecontenido; Szwarc, con tarea de artesana, pone a colgar las formas narrativas para que se aireen y las cuelga en sogas o en hilos que son, a suvez, la fantasmática siempre presente de la muerte —o del suicido—de esas mismas formas: la muerte de la novela, la muerte de la narración tal como la conocemos; las cuelga para mostrarnos —o ponernos en la cara— el hastío de lo sobre narrado de nuestraera, de lo sobre escrito, por eso se expresa en coágulos, en párrafos solos y colgados en la página, que el lector una vez más sutura, une, enlaza.
¿Un cuento de hadas negro? En la tradición kafkiana, es decir, en la tradición del coleóptero checo de La metamorfosis. Gregor Samsa es el antecesor de la muertita como personaje del anonadamiento, que nada tiene que ver con el ratón de ojos inteligentes, pero cuidado que en el texto hay cobradores de expensas, hay detectives, formas ominosas del conte de féesnegro como los tres hombres barbudos kafkianos. Y no hay una hermana que toque el violín, pero hay un canto que desea salir de ese estado de dominación a la que la muertita está confinado y su canto —como si cantar “fuera buscar la arena de los vidrios”— se enlaza con el libertario deseo de ese otro personaje femenino María marina, nacida en Villaguay y que canta tangos como Azucena Maizani. O también puede ser la versión oscura de la cenicienta urbana, tullidita, hecha de costuras (como un personaje de Tim Burton) con esa remera que se pone al revés y que pone de manifiesto las junturas…como cuando sin darse cuenta la muertita “se dio cuenta que había traído el zapato”: hay algo de ese humor negro y oscuro, ominoso, en la relectura ya sea de Kafka o de los cuentos tradicionales intervenidos, que me remite a dos textos con los cuales esta novela entra en franca sintonía:
·       La amortajada de la inmensa chilena María Luisa Bombal: la amortajada, la liviana de toda pena, la Ana María que narra su devenir surreal y mortuorio.
·       Y en clave de humor negro, El caso de la mujer asesinadita del español Miguel Mihura, donde la dramaturgia onírica cruza los indios sioux (que para mí son los chinos de esta novela) con un caso de muerte, pero que con delicadeza y dulzura hace del diminutivo asesinadita/muertita todo un símbolo.
La muertita es la novela de un desmoronamiento, de lo que no concluye o se va desarmando ante nuestros ojos, como si viéramos descascararse una pared, como si viéramos el desconcharse de una silla, como si viéramos el despellejamiento en vivo de un libro como si fuera un animal viviente.Y esa humanidad mortal y hecha de costuras encarna en la muertita, que se lastima y sangra. O que está ultra viva en las amplificaciones sonoras de una novela que agranda en ecos con tonos beckettianos el descascaramiento del lenguaje, de la frase, del sintagma que se rompe y se astilla.
Pero una de los dones de este texto, una de sus ternuras que tiene muchas y que me recuerdan a las ternuras que en pocos encuentros pude conocer de Szwarc persona, ya no la poeta o la mujer de letras nacida en el sonoro Quitilipi, es lo inmotivado de las acciones, porque ahí también opera un arte de la fuga, un arte donde la voluntad una vez más queda vaciada de poder y las acciones ocurren como el arte ocurre: acaso por el maravilloso y gratuito “porque si…”

Novela neoexistencial, diré para ponerle nombre o meter este texto raro en las taxonomías caras al profesor de literatura que soy. “Todos somos la muertita”, todos somos un poco este personaje funambulesco, hecho de puros estados, hecho de la preferencia por los sótanos, atravesado por el anonadamiento y que a veces tenemos que tocar la ceja para saber que hay un cuerpo, personaje que “parece” vertical pero que se nos presenta como en el yacer de las mínimas muertes de todos los días. Un momento crucial de este relato me hizo detenerme y levantar la cabeza (de manera barthesiana), con un puntual pretérito perfecto simple la muertita dice: morí. Y lo dice como quien se suicida en un estornudo o como quien lo deja a uno —como esta novela de Szwarc— felizmente, con todas las preguntas en la boca.-


Realidad sin rouge Sobre La muertita o la novela quede Susana Szwarc, 

 Liliana Heer


Abrir el hocico a una quimera desconocida, ahí donde el melodrama parece asomar, pero no. Se trata de la desventura tragi-cómica del vivir cotidiano. Quiebre, circulación de voces, mirada carente de polvo de estrellas. Acaso, ensueño con la fatalidad bajo gesto menor. Todo se mueve, palpita. En el subsuelo un respiro, ventana a través del perfecto campo de la ficción. 
En suspenso el vodevil
Casi en la calle, a sala llena de misterio, en paralela relación habitual, aparece algún hecho, algún diálogo. Y se le ha dado a los hombres el más peligroso de los bienes, el lenguaje, escribió un poeta.
“Se te ve cabizbaja, le dijo un vecino, y la muertita hizo una inclinación con la cabeza”. Todo ocurre en avance, a puro desvío, con la gracia de un estornudo, siguiendo-a la letra- fórmulas de función intransitiva.
Contra engendros simbólicos y otros destajos, Susana Szwarc inventa una novela en dimensión épica. Hábilmente desborda la recta instalando series, gombrowicziadas sucesiones continuas y discontinuas: un ahora, una ligadura, una temporalidad que supone percepción reduplicada en instante preciso. Secuelas Proust.
Asomada a la ventana, la muertita ve al niño chino tomando la mamadera que el niño chino al terminar de beber arroja hacia la ventana.
A través de líneas de montaje, tiempo y espacio copulan. “La muertita comenzó a viajar… Llegaba al final del viaje, cambiaba de vagón, llegaba a una estación cualquiera, volvía a cambiar de vagón". De una manera u otra, agujereando lugares, Szwarc organiza una lógica que induce efectos de captura. Partir, comer, beber, mirar, viajar, alucinar. Vio a Marcelo pero no era él -se había suicidado tiempo atrás.
Engañar a la lengua, desmentir, morder los nombres propios, esa chispa agridulce pidiendo gozar. ¿Por qué no? Venga una escena para que el esmerilado de los sentidos cojee: ilusión doble, teatral, tatuada por un primer asesinato. No es Caín-Abel, se sabe en la novela que la sangre, el color uña entre rejas azules, se introdujo antes y no dejó de salir hasta terminar enjaulada por una curita. Automóvil-música-sombras.  ¿Cálculo o improvisación? Al cadáver lo plantaron después. Nadie lo vio. Siguió el camino del asesino, sólo quedó un zapato. Hasta ser requerido, el fetiche había sido incorporado al subsuelo. Nada que decir sobre esa ofrenda.
Casting vecinal: la mujer del lavadero, donde vive el niño chino, podría actuar junto a la muertita en un film de Polanski. En ciertas páginas hay ecos de El inquilino, pero hasta ahí. Una manera distinta de ir al encuentro de lo real. La muertita no siempre está sola, ambas sienten alivio cuando ven alejarse a los detectives.
Escasean posturas de relax, aunque la protagonista mire, aunque sonría de ver tanto trajinar, el brazo de la mujer no hace tiempo para reposar en las rejas azules. Lava que te plancha culpa del apagón.
Estrategia vecinal: puertas lacradas si vienen a cobrar.
La muertita lee mientras come una banana, como distingue entre original y traducción, los plátanos ingeridos por el personaje se mezclan a los fresnos y otros árboles de estación. 
Nuevamente el auto-el ruido-la música. Diálogo inaudible por el celular. No quiero seguir paseando el cadáver. No quiero que lo entierres acá.

Susana Szwarc realiza una operación conjunta, vuelve simultánea la trama. El decorado es demolido, del vacío surgen nombres: la mujer del lavadero es María Marina, el niño Juan Tse. Golpes en la puerta del subsuelo. Vale más no hablar la misma lengua y afrontar las quemaduras de lo incomprensible, escribe Sibony. El niño entiende chino y tiene visiones, ella es de Gualeguay, sus uñas van perdiendo color. Así como no terminaba de planchar, María Marina habla, habla, habla, no termina de hablar. “La muertita no tenía fuerza para tantas palabras seguidas”. Palabras que ustedes, espectadores y seguramente inmediatos lectores, podrán continuar hasta el final para volver a leer esta novela una y otra vez.


Añadir leyenda
Susana Szwarc  (Quitilipi, Chaco, en 1954)  ha publicado  libros de poesía y narrativa.  Entre los últimos, figuran: La mesa roja, antología de 30 años de escritura (2012) y El ojo de Celan, poesía (2014); en literatura infantil, Había una vez una gota y Había una vez un circo, entre otros.
Obras suyas fueron representadas en varios teatros como Liberarte, El camarín de las musas y el Centro Cultural de la Cooperación. Forma parte del Club argentino de kamishibai (teatro de papel).
Algunos de sus poemas y cuentos han sido traducidos a varios idiomas como el chino mandarín, el rumano, el polaco, entre otros.  El libro Bárbara dice, fue recientemente traducido al francés y, de próxima aparición: El ojo de Celan, al italiano. 
Ha recibido diversos premios, entre otros el Nacional-iniciación- Poesía;  subsidio Fundación Antorcha por novela  y premio Regional Secretaría Nación de novela. Premio único de poesía por la Cultura Ciudad de Buenos Aires.
En el 2011 fue estrenado en Carlos Paz (Córdoba), por el compositor Cristian Varela, la ópera No camines en el barro, basado en el cuento del mismo nombre,del libro El artista del sueño.



Libros presentados en el 2015 y lo que se viene para el 2016


De mala gana, Anna Pinotti


2015










El damero de los sueños, Gerardo David Curiá


Todo lo que calla el que canta, Leticia Hernando















Un día en las vidas de Jorge-Matías, de isabel Garin


Caldén, Gerardo David Curiá






2016
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La muertita o la novela que, de Susana Szwarc
 (nouvelle, colección la mariposa y la iguana)

La existencia del Mocha Celis 
o la visbilidad en la invisbilidad educativa, de Sabrina Testa
(colección de ensayos práxis)

Mi madre favorita tiene biceps, de Lilian Laura Ivanchow  
 (cuentos, colección la mariposa y la iguana)

Dentelladas, de Soledad Gómez Novaro
(poesía, plaquettes de la mariposa y la iguana)

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La doble, de Paula Jiménez España
(cuentos de género, colección la mariposa y la iguana)

La siesta, de Claudia Masín
(poesía, coleccción la mariposa y la iguana)

Rama, rama, Rama negra, de Adela Basch
(poemas de Adela Basch con fotografías de Silvia Sergi)

Mi vida sin Channel, de David G.
(novela)


Colección palimpsesto

2015